No fue fácil cuadrar la cita. Era julio, sin escuelas y teniendo que organizar la crianza de cuatro criaturas para poder juntarnos. Diana Oliver (Madrid, 1981), periodista y autora de ‘Maternidades precarias’ lo dice mejor que nadie: “las criaturas tienen tres meses de vacaciones cuando los padres, con mucha suerte, pueden descansar durante un mes”. En 2013 dio a luz a su hija mayor y su maternidad puso patas arriba su vida y su oficio. Después de trabajar durante ocho años para Zeta, emprendió su propio camino. Formó Tacatá Comunicación, una agencia de comunicación especializada en la maternidad y la infancia. Hoy en día es autónoma y escribe principalmente en El País.
¿Cómo y cuándo nace Maternidades precarias?
Casi desde el momento en el que tengo a mi hija Mara. Me doy cuenta que, de repente, no sabía cómo iba a hacerlo y qué pasaba con la gente sin tener una carrera profesional, un trabajo bien remunerado, unas condiciones económicas y materiales dignas quería cuidar. A raíz de un taller en el que estuve con Silvia Nanclares y otras mujeres que hablábamos, escribíamos y leíamos sobre maternidades, tomo forma la idea de hacer un libro que recogiera todos esos discursos que no están presentes.
¿Cuáles han sido tus referentes?
Para mí ‘El nudo materno’ de Jane Lazarre es la Biblia. De hecho lo tenemos en casa muy manoseado, leído y releído, porque refleja muy bien lo que es ser madre en los países desarrollados, la invisibilidad de la maternidad, la dificultad de ser madre sin red, la dificultad de sostener un empleo… Es un libro escrito en los años 70, por una mujer relativamente privilegiada y te das cuentas que hay muchas dificultades detrás que tienen que ver con cómo entendemos la maternidad.
De hecho, la maternidad ha sido históricamente incómoda para el feminismo. ¿Cómo ves esta relación actualmente?
Sigue habiendo polaridad, entre el rechazo a la maternidad y una maternidad muy institucionalizada. Y entre medias, están surgiendo otras posturas, menos extremas, que defienden el valor de la maternidad, visibilizarla, pero que no encaja en el sistema, tal y como está montado. Para mí el problema principal es que las posturas están muy enfrentadas, mientras que el problema principal es el sistema en sí mismo.
La rivalidad entre madres es la munición del patriarcado…
Absolutamente. Y el capitalismo. El trabajo como felicidad, como objetivo de vida y la poca valoración del cuidado hacen que veamos la maternidad como algo sin valor. El sistema nos empuja a quitarle valor a la maternidad y si nosotras no lo reivindicamos… Creo que vemos confrontación entre posturas que parecen irreconciliables, cuando no lo son realmente. Tenemos muchas cosas más en común que las que no separan, el problema es que vivimos en un sistema en el que estas dos posturas siempre estarán confrontadas. Yo misma me he visto en conflictos con algunas mujeres que consideran que estoy reidealizando la maternidad, simplemente por decir que esta importa. Creo que falta mucha escucha. Se respetan menos las posturas que defienden la maternidad que aquella que defienden el trabajo. No nos permitimos ejercer la maternidad como nos dé la gana.
¿Dónde nace esta polarización?
En el sistema: no nos permite ejercer la maternidad a nuestra manera y esto acaba generando un enfrentamiento continuo. Por ejemplo, hay quien sostiene que las madres que desean incorporarse al trabajo antes de tiempo, sienten culpabilidad por hacerlo. Pero, la cuestión es que quien tiene esta necesidad lo puede hacer actualmente, en cambio lo que no te ofrece el sistema es la opción de cuidar de tus criaturas durante más tiempo.
A qué te refieres cuándo hablas de “desproblematizar la maternidad?
Por un lado, arrastramos los prejuicios del pasado de entender la maternidad como sacrificio. Como aquello que nos impide alcanzar otros fines, como un obstáculo o un impedimento. Entiendo la posición rupturista del feminismo de los 70 con la institución de la maternidad de la que hablaron autoras como Adrienne Rich o que visibilizaron tan bien otras como Jane Lazarre. Pero también creo que hay que poner el foco en la idea de que aún hoy el sistema, tal y como está pensado, sigue oprimiendo y condicionando la forma en la que somos madres. Sólo podemos ejercer la maternidad si se trata de una maternidad patriarcal y sometida al sistema capitalista en la que la madre queda borrada. Una maternidad externalizada y mercantilizada, porque ser madre no debe interferir en que todo siga girando. Para el sistema puedes ser madre pero sin que se te note.
¿Qué opinas de la igualdad entre permisos?
Es una victoria más del patriarcado. Ellos no han renunciado a sus privilegios y les dan más derechos. Pero, además, los permisos igualitarios no contemplan los procesos físicos por los que pasa la mujer que gesta y pare que implica una desigualdad de derechos evidente. Y, además, nosotras llevamos más de tres décadas sin aumentos del permiso de maternidad y ellos, sin una reivindicación histórica como la nuestra, lo han conseguido en bandeja. Se invierten muchos recursos en formarles, educarles y convencerles de que tienen que cuidar, mientras nosotras seguimos cuidando en precariedad, arrastrando mucha más pobreza que ellos. No se está escuchando la necesidad de las madres y los bebés, sino en los intereses del mercado.
¿Debería existir una baja por embarazo?
Sin duda, está claro que el embarazo no es un proceso patológico, pero no todas lo vivimos igual, no tenemos el mismo tipo de trabajo y, por lo tanto, el embarazo se debe cuidar. ¿Cómo puede ser que no se entiendan esas necesidades? Y, no solo eso, también debería de existir una baja de postparto, independiente al permiso de maternidad.
En tu libro cuentas tu experiencia personal: decidiste trampear el sistema, trabajando con tus criaturas en casa.
Sí, por eso digo que fue un privilegio precario. De hecho, no podría haberlo hecho de otra manera. Teníamos que trabajar dos personas en casa y yo no podía renunciar al sueldo. Y yo, si no fuera porque hubo un ERE que me permitió acogerme dos años al paro, con una indemnización para poder arrancar y sobrevivir, hubiera llevado a mi hija a la escuela infantil. Y me parece preocupante que veamos un ERE como una oportunidad y un privilegio para poder cuidar y reorientar profesionalmente.
¿Cómo afecta todo esto?
El impacto en nuestra salud física y mental es escalofriante. Al principio parece que es una suerte, porque te permite tener tiempo con los niños, pero las criaturas no se cuidan solas: tienen unas necesidades y demandas, que son absolutamente normales y que yo tenía que cubrir porque era su adulta de referencia. Cuidar y trabajar al mismo tiempo es imposible.
Y a esto se le suma la presión por la crianza respetuosa.
Claro, actualmente tenemos un conocimiento que nos permite luchar contra los índices de maltrato que históricamente se ha normalizado, pero es verdad que hay unos estándares de crianza tan elevados de actividades, desarrollo, acompañamiento, educación a todos los niveles, que no podemos alcanzar cuando tenemos que sostener un trabajo y un hogar. Por mucho que se haga a cuatro manos y tengas una pareja implicada, es imposible llegar a todo. Y esto nos lleva al agotamiento, la culpa y la frustración. Por no hablar de las redes sociales…
Hablemos, hablemos…
Las redes sociales han magnificado el sentimiento de culpa. No solo perpetúan la idealización de la maternidad sino que evocan al quiero y no puedo. Quieres ser aquella madre con un cuerpo perfecto a la semana de parir, una madre presente, jugona, educadora… Y cuando no llegas a ello, llega la frustración y la culpa de nuevo. Detrás de esta idealización de la maternidad que vemos en Instagram, hay unos recursos que no todas disponemos. Vivimos en la sociedad de la felicidad como dictadura y del ‘si quieres puedes’, y si no puedes es porque no lo has intentado suficiente. Esto solo perpetua la invisibilización de la maternidad.
¿Crees que predomina el desconocimiento?
Claro. Quien lo dice es porque no lo ha vivido. Mi madre estuvo 20 años de su vida trabajando sin contrato, cobrando una miseria mientras limpiaba casas. Se levantaba a las 5 de la mañana y volví a las 20h. Eso es criminal y existe, aunque nosotras no lo veamos. Y lo peor es que muchas mujeres no salimos de esta precariedad. Mis padres han tenido que irse a vivir con mi abuela porque no les da para pagar el alquiler. Y, lo peor, ella no tiene derecho a la jubilación. Es evidente que quienes perpetúan el si quieres puedes, no han estado aquí. Por eso digo que yo nunca he salido de la rueda de la precariedad, trabajo desde que tenía 16 años. Y no lo digo por victimizar, es la realidad: he cuidado criaturas, he trabajado de camarera, de dependienta, de manipuladora en una fábrica. He hecho de todo. Y a día de hoy, sigo en la rueda de la precariedad. Y no será por no intentarlo.
¿Crees que siendo periodista es más difícil salir de esta rueda?
Obviamente. Ahora mismo ser periodista es un hobby muy caro. El oficio está absolutamente precarizado y los medios, cada vez más, trabajan con autónomos a los que se les paga muy mal. Yo muchas veces he echado cuentas del tiempo que he invertido en reportajes o entrevistas y me salía a 4 o 5 euros la hora. He ganado más en Telepizza.
En cambio, el periodismo tiene un impacto directo sobre la opinión pública…
Los medios no le están dando el valor que tiene a la maternidad, cuando detrás de la maternidad está todo. Hay periodistas especializados en salud, en economía, existen masters en todas estas áreas y, en cambio, no existe una formación específica sobre la maternidad. Y no todo el mundo tiene el conocimiento ni la sensibilidad para abordarlo. Y luego te encuentras titulares catastróficos sobre la infancia y la crianza.
Últimamente se ha puesto de moda hablar últimamente de poner los cuidados en el centro. Tu respondes que “no se pueden poner los cuidados en el centro si no se pone produce un giro sustancial de lo productivo hacia lo reproductivo”.
Hablar de cuidados y la vida en el centro tiene muy buen márquetin, pero la realidad es que no se está haciendo y que lo que prevalece son los intereses del mercado y de la economía. En consecuencia, lo que se está haciendo con los cuidados es externalizarlos. Deberían revertir la lógica y pensar en las necesidades de los cuidados para potenciar políticas públicas que los garanticen. Necesitamos tiempo, presencia y recursos. Las escuelas infantiles de 0-3 son una alternativa y está muy bien que se invierta en ello, pero no todo el mundo quiere externalizar los cuidados, y dotar de recursos a la familias para que puedan cuidar de manera digna. No solo en los cuidados a la infancia, también a los mayores. Es frustrante.
Para acabar, ¿cuáles crees que son los retos más urgentes para que las maternidades dejen de ser precarias?
En primer lugar, dejar de hacer que todas las medidas se basen en lo económico y lo laboral. Hay madres que no trabajan y que, por lo tanto, no pueden acceder al permiso de maternidad. Necesitamos permisos universales que acaben con la desigualdad. Y, además, debemos revalorizar los cuidados, los procesos reproductivos y la crianza. La maternidad no es el problema, no es el palo en la rueda, sino lo contrario: es el sistema el que nos impide ejercer la maternidad libremente y con dignidad. El que genera culpa y sufrimiento y mantiene la dominación. El que mantiene las estructuras que generan precariedad. El que aumenta la desigualdad. No se trata de que encajemos la maternidad ahí, como una pieza que no cabe y metemos a presión, sino de romper el puzle y fabricar uno nuevo.