Tras presentar una demanda por violencia obstétrica en 2012 que recorrió todas las instancias judiciales sin ser escuchada en el Estado español, Nahia Alkorta Elezgarai (Zizurkil, 1986) decidió acudir, de la mano de un grupo de abogadas liderado por Francisca Fernandez Guillén, al Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la mujer de la ONU que, una década después, le daría la razón. Ahora relata su parto traumático y la disputa legal posterior en ‘Mi parto robado’ (Arpa Editores, 2023).
En 2023 dabas a luz a ‘Mi parto robado’. ¿Cómo te encuentras?, ¿cómo has vivido el puerperio inmediato?
Siento gran ambivalencia, creo que como en cualquier puerperio. Estoy feliz de tenerlo entre manos, siento gran responsabilidad y a la vez, pena por la cantidad de mujeres con partos recientes que se sienten identificadas en él.
Este libro aborda tu parto robado. El primero. Hablas de la Nahia de 2012, ¿en qué momento decidiste contar tu historia en este libro que hoy tenemos entre manos?
El libro llega de manera muy inocente y desde la necesidad de socializar el tema desde otro punto de vista. Por suerte, son cada vez más las voces que denuncian y hablan sobre violencia obstétrica, pero creo que hay pocos relatos completos y que son necesarios. El dictamen de la ONU es el punto de inflexión tras una década de lucha judicial, salgo de la “clandestinidad” y pongo mi relato al servicio de todas.
La clandestinidad en tu caso se alargó durante una década. Tenías claro que si la sentencia era favorable, dejarías de “esconderte”.
Fue una decisión difícil de tomar porque esta exposición siempre genera miedo al juicio, y, sobre todo, a la atención médica posterior. Respeto profundamente a quienes deciden no hacerlo. Llegados hasta ese punto sentía la necesidad de que esto dejara de ser una lucha solamente judicial. Siempre he vivido este camino desde la colectividad; fue mi parto, pero demasiadas mujeres se ven en el. Necesitaba que ese reconocimiento a lo vivido llegara a todas y que generáramos espacios de escucha entorno a esta violencia machista.
De hecho, narrar nuestras vivencias está siendo determinante en la lucha contra la violencia obstétrica. El problema es que, como dices, a menudo, el entorno, la sociedad y el sistema, giran la mirada ante el dolor. ¿En tu caso, te costó nombrar lo que habías vivido?
Me costó, sobre todo, reconocerme víctima. Yo sabía de la existencia de la violencia obstétrica, pero me creí que eso aquí no pasaba. Era una mujer blanca, joven, heterosexual, informada… Deconstruir todos mis privilegios, atravesar un proceso de culpa profundo y reconocerme como victima fue muy duro. Una vez integrada la etiqueta, el juicio ajeno dejó de tener relevancia. Aún así, hoy en día de vez en cuando asoma el fantasma de la culpa por lo que ocurrió. Por eso, me gustaría decir que si alguna mujer se cuestiona si algo de lo que hizo y dijo fue el detonante de su vivencia, no es así, nunca es nuestra culpa.
¿Cómo te sientes ahora, tras haberte abierto en canal en ‘Mi parto robado’?
Asustada, cansada… y orgullosa del camino. El proceso de escribirlo ha sido muy liberador y me ha ayudado a ver todas las consecuencias en mi salud física y mental que aún arrastro. Me ha permitido colocarme frente al espejo literal y metafóricamente.
«Nos hemos visto obligadas a volver a instancias estatales para pedir el cumplimiento de los tres dictámenes. Es un despropósito»
Si narrar lo vivido cuesta, reunir la energía para afrontar un proceso judicial, también. En el libro explicas que en pleno postparto, tras saber que sufrías estrés postraumático, sentiste la necesidad de actuar para que lo que habías sufrido no se repitiera. Así empezó tu entramado jurídico que llegó hasta la ONU. ¿Tenías claro desde el principio que emprenderías acciones legales?
Sinceramente, nunca hubiera imaginado que mi parto fuera analizado por un comité de expertas de la ONU… Inicié el proceso por miedo a que esto les pasara a mi hermana y amigas… Pensaba que si transmitía lo vivido al hospital serviría para cambiar la manera en la que se trata a las mujeres. La respuesta no llegó y a pesar del dictamen siguen negándolo… Es muy triste y frustrante sabiendo que, en otros casos, como el tuyo, sí genera ese efecto. Por lo que gracias por tu lucha también.
Desafortunadamente, no todos los ginecólogos y obstetras reconocen este tipo de violencia machista. Como dices, pesé a las 3 sentencias que acumula el Estado español por VO, siguen impunes. ¿Cómo afrontas esta impunidad?
Creo que es lo que más me ha desgastado de todo este proceso. La negación es una revictimización y una burla hacia todas la victimas. Además, deja claro lo lejos que estamos de la erradicación de esta lacra; desde la negación no hay solución.
Como acostumbra a pasar en otras cuestiones, tumbaron tu caso en los tribunales estatales y tuviste que recurrir a los tribunales internacionales para que te dieran, finalmente la razón, una década después de lo vivido…
Efectivamente, tras agotar todas las vías judiciales en el Estado español y siendo nuestros casos representativos de la realidad de muchísimas mujeres, acudimos a la CEDAW de la mano de un grupo de abogadas lideradas por Francisca Fernández Guillén. Tres de los cuatro casos fueron admitidos a trámite las tres hemos recibido el reconocimiento de la violencia institucional en el parto y en los procesos judiciales.
Son los tres únicos dictámenes del comité a nivel mundial. Esto supone una gran responsabilidad para mi y la llamada de Francisca fue un minuto de felicidad y después un escalofrío por lo que podía suponer. Ese escalofrío debió ser premonitorio porque los dictámenes no se han cumplido y nos hemos visto obligadas a volver a instancias Estatales para pedir su cumplimiento. Es un despropósito.
¿Qué crees que tiene que pasar para que acabe esta impunidad?
Creo que, en este momento, se trata de una decisión política principalmente. Tenemos herramientas legales suficientes como la ley de autonomía del paciente y protocolos muy buenos como la Estrategia de Atención al Parto Normal que, si se cumplieran, la situación cambiaría de un día para otro. La impunidad pese a los dictámenes de la ONU demuestra la falta de un compromiso político contra la violencia obstétrica.
Además, sería fundamental formación con perspectiva de humanización y feminista en los ámbitos de salud y judicial es urgente.
«Es impensable que a un hombre se le haga una vasectomía sin consentimiento, pero, en cambio, se hacen cesáreas sin permiso diariamente»
Tu parto, desgraciadamente, es el parto de muchas. Demasiadas. Por eso, cuando se publicó tu sentencia, muchas mujeres sintieron que aquella sentencia era también, la sentencia de tantas mujeres que no emprenden el camino legal, por voluntad o por falta de pruebas. ¿Sientes esta sentencia compartida?
Siempre he sentido que la lucha era de todas y el reconocimiento también lo es. Ojalá ninguna mujer más se sintiese identificada… pero mi parto fue un parto bastante normal.
Echando la vista atrás, ¿qué le recomendarías a una mujer que ha sufrido violencia y no sabe si emprender o no el periplo legal?
Es una respuesta difícil, porque, aunque mi yo activista le diría que denuncie, no puedo aconsejarlo salvo que haya consecuencias físicas claras baremables para la justicia… Es triste pero el proceso judicial es un camino muy muy duro emocional, temporal y económicamente. Siempre podemos poner una queja o buscar alternativas.
Efecitvamente, uno de los problemas habituales es que, a veces, las pruebas no son suficientes para emprender el camino legal. Esto genera mucha frustración.
La justicia no es justa con las mujeres y al igual que en otras violencias machistas, el juzgado no es un sitio seguro en la mayoría de casos. Es impensable que a un hombre se le haga una vasectomía sin consentimiento, pero se hacen cesáreas sin permiso a diario.
Antes lo mencionabas y en el libro dedicas un apartado a hablar de tu yo- víctima. Dices que te costaba mucho aceptar que te habían tratado mal. Algo frecuente en todas las violencias.
Era muy difícil entender que, en un entorno sanitario, en el que debería ser tratada con respeto, me hubieran tratado tan mal. El trastorno por estrés postraumático nubla la mente, estás como ausente y genera una vulnerabilidad muy alta. Fue una ginecóloga privada la que provocó la reacción de volver a la realidad. Me dijo “todo eso no debía pasar”, fue suficiente para despertar.
Ahora, según cuentas, estás transitando la transformación de tu yo-víctima a tu yo-superviviente. ¿Qué necesitamos las víctimas de violencia obstétrica?
El reconocimiento y la toma de medidas claras por la erradicación de la violencia obstétrica. Nunca abogo por una justicia punitibista y nunca he sentido resentimiento con las personas concretas que formaron parte de la vivencia, no necesito que se les señale… Además del reconocimiento necesitamos recursos públicos para la recuperación. Matronas formadas en la detección de señales de alarma, fisioterapia uroginecológica, psiquitras, psicologas…
Hablemos del plano emocional. La salud mental materna está abandonada por el sistema sanitario. Se calcula que más del 75% de las madres no son debidamente diagnosticadas ni tratadas. En tu caso, ¿cómo te has sentido?
Tuve suerte, mucha suerte. Cuando por fin conseguí acudir a mi médico de familia, enseguida me derivó a psiquiatría y en la primera consulta se me diagnosticó el trastorno por estrés postraumático. Es un trastorno similar a vivencias de guerra… La mayoría de mujeres en el posparto no son diagnosticadas por indiferencia y falta de recursos de los sistemas de salud. Resulta paradójico que las mujeres con enfermedades físicas seamos infradiagnosticadas porque “será ansiedad, psicosomático…” y cuando hay realmente un trastorno, no se nos atienda correctamente.
De esto también se sale, dices. ¿Cuál ha sido la clave en tu lucha?
El diagnóstico claro que lo relacionaba con el parto y los peritajes gineco-obstétricos en los que se vio que la inducción y la cesárea eran innecesarios. Aunque aún algunos síntomas persisten y aparecen de vez en cuando, siento que el activismo y las redes de mujeres han sido fundamentales también.
En el libro mencionas a dos mujeres: Francisca y Ascensión Gómez. ¿Qué han significado para ti en este camino?
Han sido mi escudo y mis espadachines desde el principio, las que no dudaron de mi y con las que llevo 11 años de lágrimas y alegrías. Ibone Olza y Montserrat Catalá fueron mis peritos y ángeles de la guarda en el proceso judicial a las que estoy profundamente agradecida. Sin ellas y sin las mujeres de El Parto Es Nuestro no hubiera podido hacer este camino.
Para acabar, ¿qué papel tiene el feminismo en la lucha contra la violencia obstétrica?
La violencia gineco-obstétrica nos afecta a todas. Desde la primera consulta en ginecología somos tratadas desde una perspectiva paternalista, machista y autoritaria. Es una violencia sistemática y generalizada tal y como señalan organismos internacionales. Se trata de una violencia con aceptación social y muy extendida, difícil de detectar para muchas pero que en cuanto empiezas a hablar sobre ella empiezan a cruzarse vivencias entre la mayoría de mujeres. Es necesario y urgente que se le de centralidad en las luchas feministas y no solamente en asociaciones vinculadas a la maternidad. No es no también en los entornos médicos. Gracias a los movimientos feministas la maternidad no es impuesta hoy en día y hemos conquistado muchos derechos que hace pocos años no podíamos ni imaginar. Darle centralidad y ver la transversalidad de esta violencia es fundamental para que esto termine. Para que pasemos de violencia obstétrica a mala praxis de situaciones muy concretas y residuales.